terça-feira, 1 de março de 2016

La Fortaleza, don del Espíritu Santo

La Fortaleza, don del Espíritu Santo
P. Michael F. Hull, New York

            Los dones del Espíritu Santo completan y perfeccionan las virtudes naturales, en especial las cuatro virtudes cardinales, es decir, la Prudencia, la Justicia, la Fortaleza y la Temperancia. En la medida en que la gracia obra sobre la naturaleza y la perfecciona, el don de Fortaleza refuerza la virtud de la Fortaleza, confiriéndonos así la fuerza de cumplir con la voluntad de Dios en todo. Los documentos del Concilio Vaticano II no dedican mucha atención a la Fortaleza, virtud y don, en sí, porque, en ambos casos, la consideran como constitutiva de otras virtudes y dones. Es lo que se observa, por ejemplo, en Gaudium et spes (nos. 62 y 75), Perfectae caritatis (n° 5) y Apostolicam actuositatem (n° 17). El don de Fortaleza del Espíritu Santo es evidente en las palabras de san Pablo: «Corro hacia la meta, al premio a que Dios me llama desde lo alte en Cristo Jesús» (Fil 3,14).
            Santo Tomás de Aquino, en la Summa Theologiae, se refiere con frecuencia a la Fortaleza, en primer lugar, como virtud moral (II-II, q. 123), luego como don del Espíritu Santo (II-II, q. 139). Cuando la examina como virtud moral, Tomás sigue la Etica Nicomachea de Aristóteles, pero cuando la observa como virtud cardinal, va más allá de Aristóteles, pues considera que la Fortaleza puede garantizar la estabilidad general de todas las virtudes. Si las virtudes deben ser tales para ser practicadas en una vida mortal, toda virtud debe obrar con la estabilidad que sólo la virtud de Fortaleza puede garantizar. La Fortaleza es, pues, la virtud principal para algunas virtudes secundarias como la magnanimidad, la magnificencia, la paciencia y la perseverancia.
            Santo Tomás considera, remitiendo a Isaías 11,2, que, siendo un don del Espíritu Santo, la Fortaleza es una virtud sobrenatural. Si la recompensa de la vida eterna y el fin de todas nuestras buenas acciones es la liberación de todos nuestros temores, vemos que se el don de Fortaleza el que nos infunde la confianza necesaria para resistir a todos los adversarios. Dicha confianza se basa evidentemente en la virtud de la Fortaleza, aunque la supere, puesto que alcanzar la meta de nuestros esfuerzos o evitar las trampas a las que estamos expuestos después de haberla alcanzado, no depende sólo de nosotros. Tomás retoma las reflexiones de san Agustín (De Serm. Dom. in Monte, 1) y observa la correspondencia entre el don de Fortaleza y la cuarta bienaventuranza: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5, 6).
            Junto con el don de Consejo, el de Fortaleza es la gracia de perseverar resueltamente en la búsqueda de la santidad y el cielo. El Papa Juan Pablo II observava el 14 de mayo de 1989, antes del rezo del Regina Coeli: «Quizás nunca más que hoy, la virtud moral de la Fortaleza necesita ser sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo. El don de Fortaleza es un impulso sobrenatural que confiere vigor al alma, no sólo en momentos dramáticos, como el del martirio, sino también en las condiciones habituales de dificultad: en la lucha por mantenerse fieles a los principios; en la soportación de las ofensas y los ataques injustos; en la perseverancia valiente, aun en medio de incomprensiones y dificultades, en el camino de la verdad y la honestidad». La Fortaleza, don del Espíritu Santo, no elimina las vicisitudes de la vida ni anula los esfuerzos del Maligno, pero nos permite compartir la intuición de san Pablo y ser fieles a ella: «Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Co 12,10).



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