EL DON DEL
TEMOR DEL SEÑOR
Prof. Dr. Gerhard-Ludwig Müller, Mónaco
Timor Domini – initium sapientiae (Vs 1,7; Ps 110, 10).
Estas palabras de la Biblia nos sugieren que el temor del Señor y
el reconocimiento de Su soberanía y omnipotencia, son para el hombre el inicio
de si mismo. El hombre debe aprender a juzgarse correctamente respecto a Dios.
Si sabe reflexionar sobre su propia contingencia y muerte, entonces será
protegido de la soberbia que siempre precede a la derrota. La angustia y el
miedo que golpean el hombre, cuando él reflexiona sobre la futilidad desde el
principio hasta el final de su existencia, se transforma en temor y respeto del
Señor, colmados de maravilla y admiración. Nada te puede atemorizar, dice Santa
Teresa de Ávila, porque quien sigue a Dios tiene todo. Porque el amor de Dios
está presente en Jesucristo y, por lo tanto, ni la muerte ni el mal podrán
nunca más dañar el hombre (Rom 8, 39).
Delante de Dios, su Creador y Redentor, el hombre pierde todo
temor y miedo servil (timor servilis) y
alcanza el jubiloso conocimiento de la soberanía de Dios (timor Dei filialis) que es un océano de amor ( Juan de Damasco).
Es el mismo espíritu que ha sido vuelto a versar en nuestros
corazones y que nos hace decir a Dios ¡Abba!, ¡Papá! (Gal 4, 4-6; Rom 8, 15)
que, además, en los siete dones del espíritu, incluye también el don del temor
del Señor (Is 11, 2).
El temor del Señor
permite conservar la relación justa entre la distancia y cercanía de las
criaturas a Dios. Dios no es ni una omnipotencia privada de amor - causa de
temor y terror -, ni un amor que quiere anular la diferencia entre el creador y
la criatura. Solo así el hombre puede ser preservado de la experiencia de la
total futilidad delante de un Dios arbitrario y, también contemporáneamente,
del querer concentrar la atención de Dios hacia los propios fines y objetivos
egoístas. Con el don espiritual del temor del Señor en el corazón, el discípulo
comprende las palabras de Jesús, cuando lava los pies a sus discípulos en la
sala del Cenáculo: "Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien,
porque lo soy" (Jn 13, 14). De este modo, iniciamos a comprender el amor
de Dios, "Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien crea
en él, no se pierda sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Por esto,
nosotros no somos más subalternos o esclavos de la culpa, sino amigos de Cristo
y herederos de la vida eterna.
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