EL DON DE LA “SABIDURÍA”
P. Gregory D. Gaston, STD, Manila
La
sabiduría, al igual que los otros dones del Espíritu Santo, acompaña la gracia
santificadora y vuelve bien dispuesta una persona para recibir la inspiración y
los movimientos del Espíritu Santo, además de completar y perfeccionar las
virtudes de quien las recibe. La característica específica de la sabiduría es
la de hacer sensible el alma al Espíritu Santo en la contemplación de las cosas divinas y en el uso de las ideas de
Dios, en el juzgar tanto lo creado como lo divino. Ésta produce un temor filial
de Dios, además de una paz acogedora en el corazón del hombre.
Para
obtener un ejemplo concreto en la formación sacerdotal, podríamos ver el n. 10
de la Pastores dabo vobis. Aquí, el
Santo Padre Papa Juan Pablo II, después de presentar la compleja situación
actual de la formación de los presbíteros, se pregunta cómo debemos formar a
los sacerdotes para que sean verdaderamente capaces de responder a las
exigencias de nuestro tiempo y de evangelización en el mundo actual.
Juan
Pablo II afirma que no es suficiente proveer simplemente la información sobre
la situación y realizar una investigación "científica" para elaborar
una imagen de las circunstancias eclesiales y socioculturales de hoy. Una
interpretación de la situación resulta, sin embargo, más importante aunque no
sea más fácil cumplirla; dicha interpretación debe seguirse en el contexto de
una comprensión evangélica. «Este discernimiento (…) se nutre de la luz y de la
fuerza del Espíritu Santo, que suscita siempre y en toda circunstancia la
obediencia de la fe, el coraje jubiloso de la vida de Jesús, y el don de la sabiduría que todo juzga y no
puede ser juzgada por ninguno (cf. 1 Cor 2, 15), reposando en la fidelidad del
Padre a sus promesas» (PDV, n. 10).
En
efecto, la formación de los sacerdotes va más allá de las meras capacidades y
juicios del hombre; el don de la sabiduría hace, en los formadores del
seminario, figuras sensibles a los movimientos divinos para permitirles guiar a
los seminaristas en el modo más adecuado.
Pedimos
el don de la sabiduría, no solamente para las iniciativas especiales, sino para
seguir la voluntad de Dios que representa una tarea permanente para el
cristiano. Las palabras de Vida
consagrada pueden aplicarse muy bien, no solamente a quienes han sido
llamados a la vida religiosa, sino también a los sacerdotes diocesanos y hasta
a los laicos: todo ser humano está «llamado a buscar y amar a Dios "con
todo el corazón, con todo el alma y con
todas las fuerzas" (Deut 6, 5) y el próximo como a si mismo» (Cf. Lv 19,
18; Mt 22, 37-39). Para conseguir dicho
fin, «se implora el Alto con insistencia, así como el don de la Sabiduría para
la fatigas cotidianas»(Sab 9,10)» (VC,
71).
Haciendo
recurso a este don, utilizamos constantemente los criterios de Dios y no los
nuestros, o, todavía mejor, tratamos de hacer nuestros criterios conformes (cum-forma) a los de Dios. Aspiramos a una suerte de "con naturalidad" con Dios, de
tal manera que un acuerdo o conformidad previa a la voluntad de Dios, nos hace
siempre querer lo que es bueno.
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