El don del conocimiento (Prof. Gary Devery, Sydney - Australia)
La primera obra del Espíritu
Santo es habernos donado el conocimiento de nosotros mismos. Este
auto-conocimiento, enseñado por el Espíritu Santo, es existencial. Es
conocimiento de nuestra realidad más profunda. Es conocimiento de las razones
por nuestra pérdida de la esperanza, profunda tristeza y sospecha por las
eventualidades de la vida; todo como consecuencia de nuestro pecado. La primera
obra del Espíritu Santo es convencernos de nuestro pecado. Esta es la tarea
salvífica de la "convicción del pecado", como enseña la Carta
encíclica Dominum et Vivicantem (n.
28). Es la convicción salvífica del pecado porque éste no puede tener la última
palabra. Además, es la convicción que no es de carácter recriminador sino
diagnóstico. La convicción del pecado esta orientada por el Espíritu Santo
hacia el gran misterio - del mysterium
pietatis, como nos lo enseña la Exhortación apostólica pos-sinodal, Reconciliatio et Pænitentia (nn. 19 -
20).
El Espíritu Santo nos conduce
hacia una viaje de conversión o, más bien, a descender en la conversión, un
tipo de kenosis; un descargarse del
egoísmo de nosotros mismos. El Mundo de Dios, especialmente como experiencia en
la plena y activa participación en la liturgia, sigue las palabras del profeta
Oseas: "Empeñémonos en conocer a Yavé … Por eso, les envié profetas para
desarraigarlos, y de mi propia boca salió su sentencia de muerte. Porque me
gusta más el amor que los sacrificios, y el conocimiento de Dios, más que
víctimas consumidas por el fuego" (6, 3, 5-6). La palabra de Dios nos
inicia en el viaje del conocimiento profundo de nosotros mismos. Cuando estamos
convencidos de la salvación de nuestros pecados, alcanzamos la humildad.
Viviendo en humildad, a través
de la gracia del Espíritu Santo, el viaje cristiano de conversión permanente
puede vivirse con simplicidad. Con este auto-conocimiento revelado por el
Espíritu Santo, el cristiano tiene la capacidad de juicio en su vida. El
discernimiento o juicio es el aspecto principal del don del conocimiento que se
nos ha ofrecido a través del Espíritu Santo. Bartimeo, el hombre ciego de
Jericó en el evangelio de Marcos, nos revela el modo de convertirse en
discípulo (Mc, 10, 46-45). Con su "ceguera", vencida por el poder de
Jesús, él consiguió el discernimiento sobre su vida y decidió seguirlo a lo
largo del camino, fijando sus ojos en el mismo Jesús.
Es este don del conocimiento,
especialmente en lo que se refiere al discernimiento, el que hace volver los
ojos al discípulo de Cristo hacia el mysterium
pietatis. Es aquí que el cristiano alcanza el conocimiento revelado por el
Espíritu Santo. Es el misterio de nuestra fe. Es un conocimiento que la
sabiduría humana no puede entender, como San Pablo lo proclama a la comunidad
de Corintios: "Pues yo, hermanos, cuando fui a ustedes para darles a
conocer el proyecto misteriosos de Dios, no llegué con oratoria ni grandes
teorías. Con ustedes decidí no conocer más que a Jesús, el Mesías, y un Mesías
crucificado" (1 Cor 2, 1-2). Es el Espíritu Santo quien nos ofrece el
conocimiento de Dios. Es el mismo conocimiento existencial de Dios que
"nos permite gritar ¡Abba!, o sea
¡Papá!" (cf. Rom 8, 14-17).
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