EL DON DEL INTELECTO
Prof. Jean Gallot, Roma
La primera vez que Jesús anuncia la llegada del
Espíritu Santo, en la última cena, lo llama Espíritu de verdad: "Y yo
rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes,
el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo
conoce. Pero ustedes lo conocen porque está con ustedes y permanecerá en
ustedes" (Jn 14, 16-17).
La misión esencial que le es atribuida,
corresponde al nombre que le ha sido dado. "Cuando vendrá él, el Espíritu
de Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. Él no viene con un
mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de
venir. Él tornará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por
él" (Jn 16, 13-14). Toda la verdad es revelada por el Espíritu Santo,
siendo la verdad ya enseñada por Jesús, que es más ampliamente expuesta, más
claramente aplicada a las situaciones futuras.
No solamente el Espíritu Santo nos hace aparecer con su luz
divina la verdad enseñada por Cristo, sino que nos comunica la capacidad de
entender y asimilar esta revelación. Ya en el Antiguo Testamento, el Espíritu
de Dios había sido reconocido por los dones de sabiduría e inteligencia que
difundía entre los hombres. De forma más especial, el Mesías había sido
anunciado como Aquél que se habría beneficiado de todos los dones del Espíritu.
Diferentes dones habían sido anunciados en el oráculo de Isaías (11, 2); en
primer lugar estaban citadas la sabiduría y la inteligencia: "en él se
posará el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y la inteligencia…".
No nos sorprende el hecho que las calidades de la sabiduría e
inteligencia sean puestas claramente como necesarias para un buen gobierno real
y sean exigidas por un rey mesiánico. No obstante, notamos sobretodo que estas
cualidades son parte de un don divino que no podría ser reducido al desarrollo
de las meras capacidades naturales. Las cualidades naturales existen y se
manifiestan en el comportamiento de muchos hombres. Sin embargo, para llevar
adelante una misión expresamente recibida por la voluntad soberana de Dios, el
Mesías tiene la necesidad de un don celeste que le permita discernir esta
voluntad.
Es éste el don divino descubierto por Jesús, más
especialmente por los habitantes de Nazaret: "… ¿De dónde le viene todo
esto? ¿Y qué pensar de la sabiduría que ha recibido?…(Mc 6, 2; cf. Mt 13, 53).
En Él se confirman todos los dones del
espíritu prometidos por la venida del Mesías. Entre estos dones, según la
tradición hebrea, sabiduría e inteligencia están íntimamente ligadas. Habían
sido unidas para calificar a aquellos que con talento excepcional, trabajan en
la construcción y en la ornamentación del templo, como Bezaleel, "lleno
del espíritu de Dios, en sabiduría e inteligencia" (Ex 35, 31). Pero
debemos tratar de precisar, en parte, la distinción entre los dos conceptos. La
sabiduría tiene un significado más amplio, verdaderamente fundamental. Es una
capacidad de abrazar con una vasta mirada las diversas situaciones con un
razonamiento correcto que permite una respuesta justa en la evaluación y en la
acción. Sobre la naturaleza y propiedades de la sabiduría se han dicho muchas
cosas en los textos sapientes de la Biblia y, sobre todo, en el libro de la
Sabiduría.
La inteligencia indica con más precisión la facultad de
penetrar más profundamente en la realidad escondida, de ir al corazón del
problema, de discernir las motivaciones secretas del dinamismo íntimo. Debajo
de las cosas externas y superficiales, quien las posee se esfuerza por
descubrir las intenciones para tener una reacción más adecuada a cada
situación.
Reasumiendo, las cuatro dimensiones del mundo citadas por
Pablo en la carta a los Efesios (3, 18), podemos relacionar el largo con el
ancho de la sabiduría y, de otra parte, la altura con la profundidad de la
inteligencia.
No obstante, la sabiduría y la
inteligencia no son separables. Son dos dones que introducen al espíritu humano
en la luz divina del Espíritu Santo. Hacen a los hombres capaces de compartir
el modo divino de conocer, razonar y apreciar todas las cosas según la verdad.
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