terça-feira, 1 de março de 2016

LA TEOLOGÍA DEL ESPÍRITU ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE

LA TEOLOGÍA DEL ESPÍRITU ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE

Prof. Bruno Forte

Es el Nuevo Testamento a presentar el Espíritu al mismo modo de Aquél que “abre” al divino, porque hace posible la dolorosa entrega de la Cruz, en la que Dios se hace solidario con quienes no están sin Dios (cf. Jn 19,30), y Aquél que “unifica” lo separado y dividido, porque en la hora pascual reúne el Padre al Hijo y, en el Hijo, a los pecadores reconciliados en la sangre del Crucifijo (Cf. Rom 1,4; Ef 2, 13 y ss). Es a esta doble actividad del Consolador, a la que se inspiran respectivamente las reflexiones sobre el Espíritu Santo, que caracterizan la tradición occidental y oriental de la fe.
La teología occidental hace evidente la función del vínculo personal de unidad, que el Espíritu ejercita entre el Padre y el Hijo: parte de la preocupación por testimoniar la misteriosa unidad del Dios cristiano, frente a la fascinación de la idea griega del Uno. Ésta idea escruta en la economía de la revelación las profundidades inmanentes de la acción de reconciliación y de paz, que el Paraclito cumple en el evento del resurgimiento del Crucifijo y en su efusión en cada carne con el fin de reconciliar a los pecadores con Dios. El Espíritu Santo es comprendido en las profundidades divinas como el amor donado por el Amante y acogido por el Amado, diferente del Padre, porque recibido por el Hijo, diferente del Hijo, porque donado por el Padre, unido a ellos porque amor donado y recibido en la unidad del proceso del amor eterno: "El Espíritu es, entonces, una cierta e inefable comunión del Padre y del Hijo"[1].
Vinculum caritatis aeternae, vínculo del amor eterno, el Espíritu es, al mismo tiempo, Aquél que une el Amante y el Amado y Aquél que en relación a estos, se distingue en su particularidad personal: "Sea él, en efecto, la unidad del uno y del otro, o su santidad o su amor, sea su unidad porque es su amor y sea su amor porque es su santidad, es claro que no es uno de los dos aquél en el que el uno y el otro están reunidos, y el generado es amado por quien genera y ama aquél que lo genera"[2]. Es en esta luz que brota la idea de la procesión del espíritu del Padre y del Hijo ("Filioque"), éste Su derivar del diálogo eterno y de su amor, de su estar cara a cara, ya que es reciprocidad en el don, gratuidad y gratitud, fuente y hospitalidad recíproca.
En cambio, la teología de oriente evidencia la función de apertura que el Espíritu ejercita en la relación entre el Padre y el Hijo: él es en persona el don del amor, el éxtasis del Amante y del Amado, su salir de sí para donarse al otro en la eternidad y en el tiempo. Partiendo del testimonio bíblico según el cual todos los éxodos de Dios, se han cumplido por si mismos en la historia de los hombre y se cumplirán en el Espíritu. La contemplación teológica del Oriente ve el Espíritu que procede del Padre, que surge de toda la divinidad, a través del Hijo, por medio y más allá de Él, según el orden demostrado por la economía de la salvación: aunque una procesión del Hijo parece al Oriente, comprometer la "monarquía" del Padre, el principio absoluto del Silencio divino.
Por lo tanto, es el Padre quien derrama el Espíritu en el Generado, que a su vez - lo entrega a Aquél que lo abandona a la hora de la Cruz y recibe por Él en la plenitud de la Pascua - lo dona a cada carne. La idea que el Consolador sea el éxtasis y el don de Dios, está expresado por los Padres griegos con la expresión frecuente: "Del Padre, por el Hijo, en el Espíritu". En este sentido, el Espíritu aparece como la sobreabundancia del amor divino, la plenitud desbordante, lo excedente, generoso y gratuito de la comunión radiante: Espíritu creador, don del Altísimo, fuente y fuego contagiado de vida (cf. himno occidental Veni Creator). El Espíritu es el "éxtasis" de Dios hacia su "otro": la criatura. Se podría decir que el Espíritu realiza en Dios la condición del amor, su libertad por la posesión y celos: "el Amor no es mirar en los ojos, sino mirar juntos hacia la misma meta" (Antoine de Saint-Exupéry). La "sobrecama" del amor del Padre y del Hijo (Riccardo di San Vittore), el "tercero" el encuentro de su recíproco darse y acogerse, es justamente con su distinción y consistencia personal, otra prueba que el amor eterno no cierra al Amante y al Amado en el círculo de su mutuo intercambio, sino que los hace encontrar en una fecundidad que los trasciende. El Espíritu, comunicándose a la Iglesia y corazón de los creyentes, les abre al don de si y a la esperanza tendida hacia el cumplimiento de las promesas de Dios: es Espíritu de la esperanza que no defrauda y amor que anticipa la eternidad en el tiempo.




[1] S. Agustín, De Trinitate, 5, 11, 12: PL 42, 919.
[2] Ibídem, 6, 5, 7: PL 42, 928.

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