terça-feira, 1 de março de 2016

EL DON DEL INTELECTO

EL DON DEL INTELECTO

Prof. Jean Gallot, Roma


La primera vez que Jesús anuncia la llegada del Espíritu Santo, en la última cena, lo llama Espíritu de verdad: "Y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen porque está con ustedes y permanecerá en ustedes" (Jn 14, 16-17).
La misión esencial que le es atribuida, corresponde al nombre que le ha sido dado. "Cuando vendrá él, el Espíritu de Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. Él no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. Él tornará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él" (Jn 16, 13-14). Toda la verdad es revelada por el Espíritu Santo, siendo la verdad ya enseñada por Jesús, que es más ampliamente expuesta, más claramente aplicada a las situaciones futuras.
No solamente el Espíritu Santo nos hace aparecer con su luz divina la verdad enseñada por Cristo, sino que nos comunica la capacidad de entender y asimilar esta revelación. Ya en el Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios había sido reconocido por los dones de sabiduría e inteligencia que difundía entre los hombres. De forma más especial, el Mesías había sido anunciado como Aquél que se habría beneficiado de todos los dones del Espíritu. Diferentes dones habían sido anunciados en el oráculo de Isaías (11, 2); en primer lugar estaban citadas la sabiduría y la inteligencia: "en él se posará el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y la inteligencia…".
No nos sorprende el hecho que las calidades de la sabiduría e inteligencia sean puestas claramente como necesarias para un buen gobierno real y sean exigidas por un rey mesiánico. No obstante, notamos sobretodo que estas cualidades son parte de un don divino que no podría ser reducido al desarrollo de las meras capacidades naturales. Las cualidades naturales existen y se manifiestan en el comportamiento de muchos hombres. Sin embargo, para llevar adelante una misión expresamente recibida por la voluntad soberana de Dios, el Mesías tiene la necesidad de un don celeste que le permita discernir esta voluntad.
Es éste el don divino descubierto por Jesús, más especialmente por los habitantes de Nazaret: "… ¿De dónde le viene todo esto? ¿Y qué pensar de la sabiduría que ha recibido?…(Mc 6, 2; cf. Mt 13, 53). En Él se confirman todos los dones del espíritu prometidos por la venida del Mesías. Entre estos dones, según la tradición hebrea, sabiduría e inteligencia están íntimamente ligadas. Habían sido unidas para calificar a aquellos que con talento excepcional, trabajan en la construcción y en la ornamentación del templo, como Bezaleel, "lleno del espíritu de Dios, en sabiduría e inteligencia" (Ex 35, 31). Pero debemos tratar de precisar, en parte, la distinción entre los dos conceptos. La sabiduría tiene un significado más amplio, verdaderamente fundamental. Es una capacidad de abrazar con una vasta mirada las diversas situaciones con un razonamiento correcto que permite una respuesta justa en la evaluación y en la acción. Sobre la naturaleza y propiedades de la sabiduría se han dicho muchas cosas en los textos sapientes de la Biblia y, sobre todo, en el libro de la Sabiduría.
La inteligencia indica con más precisión la facultad de penetrar más profundamente en la realidad escondida, de ir al corazón del problema, de discernir las motivaciones secretas del dinamismo íntimo. Debajo de las cosas externas y superficiales, quien las posee se esfuerza por descubrir las intenciones para tener una reacción más adecuada a cada situación.
Reasumiendo, las cuatro dimensiones del mundo citadas por Pablo en la carta a los Efesios (3, 18), podemos relacionar el largo con el ancho de la sabiduría y, de otra parte, la altura con la profundidad de la inteligencia.
No obstante, la sabiduría y la inteligencia no son separables. Son dos dones que introducen al espíritu humano en la luz divina del Espíritu Santo. Hacen a los hombres capaces de compartir el modo divino de conocer, razonar y apreciar todas las cosas según la verdad.


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